Aquella jornada
fue intensa a tenor de los pensamientos escritos en la libreta amarilla. Así
anoté:
6.10 levanto;
6.30 misa; 7 laudes y desayuno; 9 leo; 9.30 visitamos enfermos de Saint Alexis;
11 visitamos enfermos de Siguiri, tertulia y lectura; 13 comida, es decir,
arroz con carne y plátano, paseo y Hora Intermedia; 2 leo la antología de
textos de un francés con corazón africano, Carlos de Foucauld; 4.30 tertulia; 5
al ciber, no puedo entrar en el facebook, envío carta; 7 vísperas y cena
(fabada española, carne con patatas y plátano), 202. agenda.
Pero la hoja
comienza así:
Canta un gallo
que morirá. Felizmente cantaba al amanecer. Una mañana un niño se acercó, tomó
su cuello y lo mató. Así lo contó el seminarista. El gallo apagó su canto.
Había nacido para morir. Su muerte apagó el hambre de la comunidad y hermanos
adoptivos. Animales que crecen en libertad y mueren por nosotros. Ellos impiden
la hambrina. Ellos evitan las estremecedoras imágenes africanas de los niños
etíopes o somalíes. Aquí gracias a Dios no se pasa hambre. ¿Cómo viven? Sin luz
ni agua corriente. Sin lavadora, nevera, microcerámica, microondas, termo de
agua caliente, lavaplatos,… ahora bien con teléfono móvil, gracias a las nuevas
tecnologías que nos han liberado de los cables.
África es
regresar a la infancia de mi abuelo Leonardo a principios del siglo XX. África
es vivir un 75 % de la vida de mis bisabuelos, tat… abuelos. Ellos no conocían
la luz. Al amanecer se levantaban, con
la noche la lumbre para cenar, hablar, escuchar al padre y a la madre y dormir.
Esa niña, la más pequeña de la casa, cogida de la mano de su padre bien pudiera
ser mi abuela Carmen, la pequeña de seis hermanos, con su primer amor, el
primer amor de toda mujer, su padre “el músic Fernandet”. Partimos.
Las doce, ya
estamos aquí. Viernes musulmán. Tranquilidad. Las mezquitas están vacías. No se
distingue este día de los demás. En esta ciudad musulmanes y cristianos visten
igual y conviven pacíficamente las dos religiones. Todos los comercios se
encuentran abiertos, es muy distinto a nuestro domingo. En la lejanía escucho
al almuecín invitando a adorar a nuestro Único Dios. Apenas se escuchan las oraciones
de la mezquita.
Al amanecer, a
las seis, la campana de la iglesia invita al poblado cristiano a levantarse. A
las seis y cuarto nos invita a la misa y a las seis y media a orar con María.
La comunidad reza el Ángelus.
Las 12:05 Hora
Intermedia. Canta un gallo. A leer a un gran enamorado del África sahariana,
Carlos de Foucauld. Se oye música en la lejanía.
Noche en la
misión. El ruido del motor apaga la música. Arriba los hermanos ven una
película. Mi vista se cansa. Aquí es más duro que en Perú, me dice Sergio. Sí,
pero tiene un misterio, es África. La gente nos saluda. Son muy educados. Al
ciber por el arcén, disfrutando de la tarde africana. Somos distintos y
reconocibles. Pasan por la carretera coches y motos. En el ciber somos los
únicos blancos. Nadie se mete con nosotros. Nos respetan. ¡Cuánto tenemos que
aprender los europeos! Me he sentido extraño en el ciber. No se. Todos me
miran. soy diferente a ellos por mi color de piel. En un radio de varios
kilómetros somos los tres únicos blancos. Y nos quieren los cristianos. y nos
respetan los musulmanes. Caminamos tranquilos por la carretera internacional.
No tenemos miedo.
Noche en la
misión. ¿Qué hay más allá de la oscuridad que nos envuelve? Hogares con lumbre.
Chozas rodeando el patio. Corazones que nos aman. Cristianos felices por tener
en la misión a tres sacerdotes que les quieren. Contradicción: deseo estar con
mi gente, mis parroquias. Deseo no partir, regresar de nuevo. Disfrutando cada
instante del poblado, de la pobreza de mi habitación. ¿Tendré suficiente gel?
En el e-mail: soy muy feliz aquí. Gracias Padre.
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