Las fotografías evocan vivos recuerdos vividos allí, en Siguiri, en la misión y el pueblo. Así fue la jornada: 6.15 levanto; 6.30 misa; 7 laudes y desayuno; 9 bendición de las casas en Saint Alexis; 11 almuerzo y vemos Don Bosco; 13 comida; 14 leo Lumen Fidei; 14.30 descanso; 16 bendición de las casas; 18 vemos la película de Don Bosco; 19 vísperas; 20 vemos Gran Torino, si bien mi escasa cinefilia me lleva a retirarme, rezar, terminar la encíclica Lumen Fidei y a las 22 emprender el sueño africano.
Jornada cuasi
calco de la anterior y sin embargo ofreció poder escribir dos hojas con los
siguientes pensamientos:
Seguimos en África.
África es dura. Desde las 20:30 llueve. Pienso en las buenas gentes, cuyas
casas he bendecido, sin luz, chozas con techos de paja, mientras llueve
torrencialmente, al igual que todos los días. Los niños nos saludan, pelean por
cogerse de la mano y hasta quieren jugar con nosotros. Son alegres. Niños que
sonríen porque tienen madre, en un lugar donde no hay niños solos y las madres
llevan a sus hijos en la espalda, amantándolos. Poblado de padres de mirada
tierna hacia ellos. Abuelos juguetones con los pequeños. Todo abierto. La gente
vive en torno al patio, así la casa está formada por chozas a modo de
habitaciones donde duermen los hijos. Bendecir las casas es entrar en lo
profundo de África, en su corazón. Un proceso que comienza en el avión,
aterrizando en el aeropuerto, adentrarte por la carretera para llegar a la
misión y de allí a la casa. De este modo vamos aterrizando en el corazón de
África: la familia.
Hace unos días
deseaba regresar pronto, mientras hoy ya más aclimatado intento disfrutar de
cada momento. Estoy en África y no en cualquier sitio, sino en una pequeña
misión de un pequeño poblado. En Kara había más actividad (los campamentos, las
salesianas, el Foyer, la parroquia, las comunidades de base, el Centro Don
Bosco). En Saint Alexis hay menos actividad (misa y bendiciones), a penas
salimos de la misión. ¿Dónde mejor? Aquí. No hay actividad. Sólo presencia,
estar saboreando la tierra, la vegetación, el cielo y sentirte un misionero de los tiempos
pasados, unido a su misión. Hay poco, lo suficiente, mucho. Feliz. Mi vida está
allí, en mis pueblos, pero aquí me ayuda para allí. ¿Volver? A Dios se lo pido.
Cuando escribo
estas letras me encuentro esperando comprar el billete, apenas queda mes y
medio para regresar con quienes han queda “enfermos de África” mis compañeros
de la expedición, Sergio y Pablo, más dos seminaristas. Mientras los compañeros
de la III Misión a Togo, mi primer encuentro con África, también sueñan en
regresar el próximo mes allí. Este es el llamado “mal de África”.
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