viernes, 13 de junio de 2014

8 de Agosto. Solos en la misión.




Las fotografías evocan vivos recuerdos vividos allí, en Siguiri, en la misión y el pueblo. Así fue la jornada: 6.15 levanto; 6.30 misa; 7 laudes y desayuno; 9 bendición de las casas en Saint Alexis; 11 almuerzo y vemos Don Bosco; 13 comida; 14 leo Lumen Fidei; 14.30 descanso; 16 bendición de las casas; 18 vemos la película de Don Bosco; 19 vísperas; 20 vemos Gran Torino, si bien mi escasa cinefilia me lleva a retirarme, rezar, terminar la encíclica Lumen Fidei y a las 22 emprender el sueño africano.

Jornada cuasi calco de la anterior y sin embargo ofreció poder escribir dos hojas con los siguientes pensamientos:

Seguimos en África. África es dura. Desde las 20:30 llueve. Pienso en las buenas gentes, cuyas casas he bendecido, sin luz, chozas con techos de paja, mientras llueve torrencialmente, al igual que todos los días. Los niños nos saludan, pelean por cogerse de la mano y hasta quieren jugar con nosotros. Son alegres. Niños que sonríen porque tienen madre, en un lugar donde no hay niños solos y las madres llevan a sus hijos en la espalda, amantándolos. Poblado de padres de mirada tierna hacia ellos. Abuelos juguetones con los pequeños. Todo abierto. La gente vive en torno al patio, así la casa está formada por chozas a modo de habitaciones donde duermen los hijos. Bendecir las casas es entrar en lo profundo de África, en su corazón. Un proceso que comienza en el avión, aterrizando en el aeropuerto, adentrarte por la carretera para llegar a la misión y de allí a la casa. De este modo vamos aterrizando en el corazón de África: la familia.

Hace unos días deseaba regresar pronto, mientras hoy ya más aclimatado intento disfrutar de cada momento. Estoy en África y no en cualquier sitio, sino en una pequeña misión de un pequeño poblado. En Kara había más actividad (los campamentos, las salesianas, el Foyer, la parroquia, las comunidades de base, el Centro Don Bosco). En Saint Alexis hay menos actividad (misa y bendiciones), a penas salimos de la misión. ¿Dónde mejor? Aquí. No hay actividad. Sólo presencia, estar saboreando la tierra, la vegetación, el cielo  y sentirte un misionero de los tiempos pasados, unido a su misión. Hay poco, lo suficiente, mucho. Feliz. Mi vida está allí, en mis pueblos, pero aquí me ayuda para allí. ¿Volver? A Dios se lo pido.

Cuando escribo estas letras me encuentro esperando comprar el billete, apenas queda mes y medio para regresar con quienes han queda “enfermos de África” mis compañeros de la expedición, Sergio y Pablo, más dos seminaristas. Mientras los compañeros de la III Misión a Togo, mi primer encuentro con África, también sueñan en regresar el próximo mes allí. Este es el llamado “mal de África”.

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