Todo comienza
con una despedida. Domingo 28 de Julio de 2014. Ellos y ellas están ahí,
conmigo. Es la cena de final de campamento. Recuerdos vividos en Sacedón. De
nuevo mañana partiré hacia el continente africano. Gratitud hacia este grupo
con quienes desde 2004 estoy trabajando a favor del movimiento junior, son mis
monitores. Y ellos se vienen conmigo a África, porque en mi corazón estarán, en
las fotografías de los momentos vividos en Montaverner, Alfarrasí, los lugares
de campamento y convivencias.
Las 17:11 de la
tarde del 3 de Junio de 2014. Han pasado ocho años. Pronto, si Dios quiere,
regresaré con Sergio Requena, sacerdote y compañero de curso durante ya
veinticinco años y dos seminaristas más. Allí nos espera el Padre Rafael,
salesiano, san Pedro que abrió, con la ayuda de Cecilio, educador de mi centro
junior, las puertas de este paraíso que es África.
Escribo, desde
el recuerdo y la esperanza. ¿Por qué ahora y no allí? Lo confieso, sin
ordenador es difícil escribir a la velocidad del pensamiento. En esta ocasión
quedó en España. Una libreta, un bolígrafo, la cámara y apuntes y fotos. Se
escribe por necesidad, es como la mujer que da a luz, la idea, el texto va germinando
en las entrañas del alma y nace cuando él quiere, o es la Providencia.
Hoy comienzo a
escribir para recordar y compartir. Una fuerza interior empuja a dar a luz los
recuerdos y las ideas tejidas en el silencio del alma, consciente e
inconscientemente.
Miro las fotos.
La primera la cena con ellos y ellas. Le
sigue “la foto”, en el aeropuerto de Valencia, los tres, Pablo, el seminarista,
Sergio y quien te escribe. Esa foto que constituye el inicio de la expedición,
sonrientes, entusiasmados por esta experiencia misionera. Esta vez desde Manises,
cruzando la península, del Mediterráneo al Atlántico en apenas hora y media,
maravilla de la aeronáutica, de Valencia a Lisboa, Portugal y después Bamako.
Zona de embarque y por cierto, ¿quién ha realizado la foto? Creo recordar ha
sido casualmente un alfarrasinero, maestro en Montaverner. Pues sí, allí en la
zona de embarque me lo he encontrado con su esposa, camino de otro lugar más
cerca.
Y subimos al
pequeño y confortable avión, con tres asientos por fila y ventana que permite
disfrutar del paisaje. El avión emprende el vuelo. Y ya estamos en el cielo hasta
que Lisboa se divisa, con el estuario del río Tajo, sus puentes y el estadio de
futbol. Lisboa, la de la revolución de los claveles, bella ciudad dibujada por
el río que nace a pocos metros del Turia. Primera anécdota, al intentar salir
del aeropuerto para aprovechar las horas visitando la ciudad. Los peregrinos de
la JMJ de Río han llegado. Y nosotros, nos perdemos. Somos ciudadanos europeos,
podemos salir con tan sólo mostrar en un control automático nuestro pasaporte,
para acabar dentro de nuevo, y tras intentar comunicarnos con los policías, risas
y benevolencia al constatar como éramos unos españoles perdidos en el
aeropuerto.
Abandonamos el
lugar, en metro hacia Sao Sebastiao, donde tomamos la entrada que da acceso a
una conocida cadena española, El Corte Ingles. España nos atrapa y tanto, la
avenida nos conduce a la embajada de nuestro reino en el país lusitano. Paseo
por la avenida, comida en un restaurante indio, chikguen con arroz y una
cervecita y a regresar.
Horas largas de
espera en la zona internacional, con su correspondiente retraso. Y nos
sumergimos en el vuelo con destino a Bamako. Viajan con nosotros miembros de
las fuerzas internacionales, las que han logrado pacificar nuestro primer país
de destino. El avión es silencio, comida mini en el cada vez más reducido
espacio del asiento, pero siempre rica. Esta noche es arroz. Cabezadita y a
cruzar el estrecho y el desierto. Así, pasada la medianoche comienzo a ver
desde la ventanilla las pequeñas luces blancas de los hogares malienses. Ya
estoy de nuevo en África. ¡Emoción! Ya estamos. El avión aterriza, llueve. En
las pistas los aviones blancos de la UN (ONU), foto de los compañeros en el lugar. Mis pies
se encuentran en África de nuevo. Ahora viene la prueba de fuego, conseguiremos
pasar los controles sin saber nada de francés. ¡Y lo logramos! Tras pagar las
tasas y una propinita, quédese con el cambio. Y a buscar las maletas. Momento
de nervios. ¿Se habrán extraviado como ocurrió el año pasado, cuando se
quedaron en Casablanca? Miras la cinta, la buscas y allí está, la maleta. Los cinco
sentidos están activados. Ç’est Africa!! Todos intentan ayudarte, no dejar de
la mano las maletas, mirar a todos los lados. En la puerta, a fin de impedir
robos, se identifican con el billete.
Y ya estamos en
Mali. Allí sale a nuestro encuentro un salesiano del país que habla español.
Estuvo en Murcia. Es Elí, miembro de la comunidad de Siguiri, enviado por el
padre Rafael a recogernos. Saludos y gratitud a Don Bosco por estos hijos
suyos. La película de la III Misión a Togo sigue proyectándose en el
aeropuerto. Ahora no es Didier, sino Elí y los dos auténticos hijos de quien
fue un sacerdote diocesano, cura de barrio en Turín.
Con las maletas
en la camioneta, esperamos a nuestro compañero de misión. Pasada media hora nos
saluda el Padre José Miguel, navarro de pura cepa, salesiano en Andorra. Con él
vamos a vivir los días de misión, un sacerdote mayor, con gran experiencia,
compañero del padre Rafael en los años de la postguerra en Costa de Marfil.
Misionero de corazón, en Cuba, antes de la revolución y en Santo Domingo.
En la camioneta
nos trasladamos a la misión, el Centro Pere Michel de Bamako. Los ojos intentan
alimentarse de la penumbra de las calles, el silencio de las casas, una ciudad
de más de un millón de habitantes. No ha pasado un año de la ofensiva que
amenazó esta ciudad, tomada por el ejercito de Malí y francés.
La puerta se
abre, entramos en la misión, nos distribuimos las habitaciones y a descansar.
El encanto de la casa, la pobreza de la habitación. Una cama con su mosquitera,
una mesa y un ventilador que pronto comprenderé para qué. Calor y humedad,
muchísima. Sin la corriente de aire de este aparato la noche puede ser larga.
Amanece pronto
en Bamako. Lo primero es asomarse a la ventana y disfrutar. No es un sueño,
mejor dicho, es un sueño real. Impregnarse de la ciudad. Eso sí, con una calor
que te lleva a admirar a los misioneros españoles que allí entregan su vida.
Entre ellos los padres Felipe y Mariano, quienes nos acogen.
Es el primer
día en Mali. Las horas, son largas, de estar allí, sencillamente. Estar,
escuchar a los salesianos, sus experiencias misioneras, libros abiertos, particularmente
el padre José Miguel, nuestro compañero de misión, quien como todos los
misioneros sufre el destierro causado por la ancianidad, mientras con nostalgia
recuerda los años entregados en América Latina y en África.
Escuchar los
sonidos de la ciudad, el griterío de los niños jugando al futbol, los coches y
las motos circulando por las calles de tierra, las conversaciones en francés de
quienes te rodean. Y contemplar el cielo con el blanco incandescente de las
tierras tropicales, el cielo de África, a las personas negras, ese color que
acentúa la luz de la mirada. Y disfrutar simplemente porque estás allí, porque
lo que siempre has deseado se está haciendo de nuevo realidad.
¿Pero qué
hicimos el primer día? Visitamos el Centro educativo, con los talleres donde
los salesianos forman profesionalmente a los alumnos, la gran mayoría, por no
decir, la totalidad, musulmanes a los que la Iglesia sirve con generosidad y
entrega hasta la muerte. Y lo de la muerte no es metáfora. En la escuela de
mecánica los alumnos aprenden con el coche accidentado de un salesiano,
desgraciadamente fallecido en accidente de circulación. Es la Iglesia que ama
como Cristo amó, evangeliza no por “proselitismo” sino por atracción, como
afirmaba papa Benedicto, la de una vida para los demás sin más interés que
mostrar el amor que nace de la eucaristía.
Por la tarde
nos acercamos a un comercio de productos informáticos regentado por un libanés.
Y allí, pues nos cortamos el pelo. Paseamos por las calles, he de confesar, con
una gran tranquilidad y sin miedo.
A las 19 la misa. Muy diferente a las eucaristías de la
parroquia San Juan Bosco de Kara, misa con la comunidad salesiana y los pocos cristianos
del barrio. Después de cenar, a las 21:30